Vidas prestadas
Demasiado cobarde para vivir la suya, se inventaba nuevas vidas con distintas personalidades, y fantaseaba con ser otra persona, en otro país, en cualquier siglo pasado o futuro.
Le gustaba ir a los bares sin más compañía que su libreta verde, y anotaba cualquier palabra, mirada o sonrisa que se le cruzara.
Después, cuidadosamente, se inventaba una nueva personalidad dependiendo de cómo se sintiera ese día. Podía ser cualquier cosa, todo lo que siempre había soñado. Y durante el tiempo que duraba la farsa era feliz.
El brillo en los ojos de los demás y los gestos de aprobación, su propio reflejo en la mirada de quien escuchara. Si supieran realmente quien era, probablemente no se quedarían tanto tiempo y tampoco iba a arriesgarse.
No se gustaba. Eso era evidente. Y justo ese rechazo era lo que los demás percibían en su día a día, reforzando su creencia y alentando aún más su enfermiza rutina de jugar a ser quien no era. Si hubiera trabajado en su personalidad, en sus miedos e inseguridades, tanto como en sus identidades nocturnas, no habrían sido necesarias tantas mentiras, pero como ya he mencionado al principio, era cobarde. Y siempre era más fácil fracasar siendo alguien ficticio, que tratando de ser tú mismo.
Por eso, mientras de día andaba con los hombros caídos, la cabeza baja y la mirada esquiva. De noche se transformaba, con la motivación de una nueva identidad, y hasta su voz sonaba más segura.
El inconveniente de las mentiras es que son difíciles de mantener, y cuando conocía a alguien no podía permitirse el lujo de mostrarle su casa o de volver a quedar. Por lo que cada noche invariablemente, volvía a casa de nuevo con su libreta verde por única compañía, y solo le quedaba el consuelo del recuerdo, y de esas palabras escritas, simulando una vida que podría haber tenido pero que nunca se atrevió.
1 comentario
Esta historia me suena...