Mariló
Tiene 9 años cuando es consciente de la muerte por primera vez.
"Se ha ido" le dijeron. Y no quiso saber qué significaba. Sólo cuando ve el drama en las caras de los demás es cuando lo entiende, pero aun así no para hasta oírlo de boca de su madre.
"La primita se ha muerto".
No la dejaron ir a su funeral. No era un lugar adecuado para una niña, pero ella sentía que le fallaba si no iba a despedirla. Nadie le dijo que eso pudiera pasar. Nadie le permitió despedirse de ella en vida y ahora tampoco podría decirle adiós a su cuerpo muerto y frío.
Pasa todo el día durmiendo abrazada al perro de peluche que ella le dio. Y así se intenta consolar pensando que no puede hacer más siendo sólo una niña pequeña.
Ahora pasa de los 30 y comprende por qué no la dejaron ir a su funeral. Y lo agradece.
Años después fue a visitar su tumba y estuvo rara 2 días. Como ida. Sumida en su mundo interior y pensando que había demasiadas tumbas de niños.
Ahora convive con la muerte día a día en su profesión, pero sigue afectándole. El sufrimiento y el dolor son tangibles en el ambiente cuando alguien pregunta por uno que ya no está, cuando los familiares llaman para agradecer los cuidados prestados. Ya no llora porque no se implica con nadie, o al menos lo intenta. Pero teme que llegue un día en que ya no le afecte.
Ya han pasado 23 años.